Uno de los apartados fundamentales que dotan de contenido al término de sostenibilidad incorporando el adjetivo social, se encuentra la accesibilidad universal. Este principio establece, entre otras cosas, que el diseño debe permitir un uso flexible de los entornos, productos y servicios, acomodado a un amplio rango de preferencias y habilidades individuales.

En febrero de 2010, el Código técnico de la Edificación incluyó en los documentos básicos de seguridad de utilización y seguridad en caso de incendios, el requisito de accesibilidad. Esta exigencia del diseño arquitectónico que comenzó a definirse a mediados de los noventa ha permanecido fuera de nuestro documento técnico de referencia en sus primeras versiones, siendo competencia, hasta la fecha, de las Comunidades Autónomos.

Sin embargo la accesibilidad no se puede entender como una necesidad exclusiva de personas con algún tipo de discapacidad. Se trata de un derecho universal que beneficia el uso, la movilidad y la seguridad alrededor de los inmuebles. Pensemos que, en toda nuestra vida, pasamos en más de una ocasión por situaciones que niegan nuestra capacidad de desplazamiento para unos valores de los elementos arquitectónicos establecidos para usuarios sin dificultades físicas o con plena autonomía en sus movimientos. Desplazarse con muletas, con molestias físicas, con sobrepeso o con un carrito, puede suponer en ocasiones, una verdadera aventura. No olvidemos tampoco, el envejecimiento paulatino de la población, donde las limitaciones de movilidad y percepción se incrementan.

La mejora en aspectos como los anchos de paso, las pendientes de las escaleras y rampas, o la señalización informativa y de emergencia, son aspectos del edificio que nos favorecen a todos.

Los costes de las obras de accesibilidad no pueden considerarse un obstáculo. En la ejecución o la rehabilitación general de un edificio, el diseño y la calidad de los acabados suelen suponer importes muy superiores. Existen otros inconvenientes en la adaptación de un local, especialmente cuando actuamos en edificios antiguos, como pueden ser desniveles, estrechamientos, que no impiden diafanizar zonas para conseguir espacios de trabajo, hacer aparcamientos robotizados en reducidos sótanos, o ampliar patios interiores. Se trata de un ejercicio de creatividad y conciencia para enfrentarse a la dificultad desde el comienzo del proyecto, amparada por la técnica. Y la técnica es la obtención de resultados al menor coste posible.

Superado el periodo de concienciación en el que han jugado un papel fundamental las normativas autonómicas, ahora llega la fase de implantación, donde deberán integrarse en el concepto accesible los distintos aspectos de la arquitectura, su utilización y su seguridad, de tal manera que podamos hablar de un tratamiento global de la accesibilidad para todos.

Podemos decir que a todos los usuarios nos resultan conocidas las herramientas de la accesibilidad que se refieren a la movilidad. No queda tan claro el hecho de que para alcanzar todas estas prestaciones, precisamos de un itinerario accesible en todo su recorrido. Y están poco explorados, sobre todo, los aspectos que van ligados con la percepción. No es un mal exclusivo de personas con discapacidades auditivas o visuales, y nos queda camino por recorrer en la aplicación general de los sistemas de señalización, comunicación, aviso o alarma.

Se trata de definir, por lo tanto, todos los aspectos dimensionales, dotacionales y tecnológicos de la accesibilidad para todos. Estamos hablando de algo tan fundamental como es el tránsito por el edificio. Y el recorrido, siempre requiere unas condiciones de desplazamiento que resulten cómodas y seguras. Estamos hablando de suelo transitable, de puertas, de vestíbulos, de dotaciones, pero también otros indicadores especiales que faciliten la orientación, la visibilidad, o la comunicación.

Accesibilidad sostenible.