El oído y la vista, y en menor medida, el olfato, son telesentidos: perciben la información que nos llega de objetos lejanos. La señal visual es una promesa de las cualidades del objeto expresadas a través de la forma y el color. Esta promesa se verifica por los sentidos directos (tacto o gusto/olfato). Una cereza madura, un insecto de rayas negras y amarillas, la pesadez de una masa negra frente a otra gris-azul claro… Ver nos predispone a experiencias que deben comprobar los demás sentidos.
Por tanto el color alude a otras muchas cualidades del objeto: nacarado, aterciopelado, áspero, maduro, agrio, pesado…
La asociación de sensaciones a la visión se llama sinestesia. La señal en su constancia cromática es el eje de nuestra visión. Una vez reabsorvidas en forma de informaciones y emociones las apariencias mutables, en la mirada al mundo pronto decaen las interferencias visuales de fondo, su color, su textura.
El bosque es verde ambiente (color estructurado, no señal). Nos relaja, experimentamos bienestar. Un punto rojo, una señal ¿un pájaro o las fauces de una fiera?
Tornquist Jorrit. Color y Luz. Teoría y práctica. Editorial Gustavo Gili. 2008.
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